martes, 2 de septiembre de 2008

GUATEMALA: ¿UNA CIUDAD HOJALDRE?

Ramiro Mac Donald

Por la Avenida Bolívar, zona 8, voy hacia el centro de la capital guatemalteca, viajando en la burbuja personal que representa mi pequeño auto. Paso frente a la iglesia de Don Bosco y la majestosa escultura de Jesucristo, me guiña el ojo. Su mano mágica, ofrendando paz y amor al mundo entero, me parece como sacada de una escena surrealista de una película en blanco y negro de Buñuel.
Me encamino hasta la confluencia de “Las Cinco Calles” y en pocas cuadras, cientos de comercios –uno detrás de otro- desbordan ante los ojos asombrados de asiduos compradores al por mayor, llamados marchantes, palabra que proviene del francés marchand, que significa comerciante, el que intercambia productos.
La mercadería industrial danza frente a los ojos, gritando sin palabras. Está allí: mostrándose; colgada, en plena calle. No necesita (siquiera) colocar su precio. Todos los almacenes -atiborrados de productos hasta la puerta, que casi saltan por las ventanas- son visitados por centenares y centenares de personas al día, que entran y salen inquiriendo por las gangas. “Docena de 13”, señala un cartelito manual.
Los buses urbanos pasan repletos de personas, cual sardinas curiosas que ven por las ventanas. Los camioncitos cargan y descargan bultos y más bultos, llevados por toda clase de comerciantes: medianos, grandes ¿pequeños? Esta es una avenida de intensísimo intercambio mercantil. ¿Cuánto dinero se manejará aquí diariamente?
Desde me infancia me atrae este movimiento comercial, que se mantiene vigente en pleno siglo XXI, en una ciudad que sigue creciendo, comunicándose, integrándose en nuevos barrios elegantes y exclusivos. Pero esta avenid es ahora más intensa. Cada día más fuerte: con una concurrencia masiva; abunda la venta a granel: sin empaque, sin factura y regateando a cada paso. Interesante realidad urbana que aprisiona mis sentidos, que embelesa y cautiva, por la dinámica visual tan fuerte que genera. Es como una plaza pública alargada, un centro de la informalidad.
“Aquí encuentra usted mercadería de todo el mundo”, me dice un comerciante palestino, moreno, barbado, joven y de mirada agresiva… que porta un celular de salió a la venta esta semana, valorado en miles de quetzales y maneja una elegante camioneta BMW del año. Sus ademanes son fuertes, su gesticulación intimida.
Con todo y el subdesarrollo que implica la vida aquí, en estas pocas calles, se escuchan acentos de Israel, la India y Arabia Saudita, combinados con cachiqueles, mames, zutuhiles, chinos y coreanos, entre otros idiomas. Productos para “pacas”, de distribuidoras grandes y medianas, al por mayor y menor, almacenes de lo que usted ni se imagina o que siempre quiso. Todos dicen ser importadores directos.
Carlos García Velásquez, escribió, en 2004, un libro que se titula Ciudad Hojaldre. Visiones urbanas del siglo XXI (Barcelona: Editorial Gustavo Gili) y señala que son doce las ciudades de hoy que nos remiten distintas sensibilidades, que componen las capas de la Ciudad Hojaldre, ese espacio donde millones y millones compartimos la vida diariamente, alrededor del globo terráqueo.
Según Velásquez, están: La Ciudad de la Disciplina, la Ciudad Planificada, la Ciudad Posthistórica, la Ciudad Global, la Ciudad Dual, la Ciudad del Espectáculo, la Ciudad Sostenible, la Ciudad como Naturaleza, la Ciudad de los Cuerpos, la Ciudad Vivida, la Ciberciudad y la Ciudad Chip.
En Guatemala, a la hojaldra le llamamos milhojas un delicioso pastel elaborado de capas delgadas, combinada con turrón. ¿Esa dulce imagen identifica a nuestra ciudad? Lo analizaremos en la próxima entrega.

II PARTE

De acuerdo con Carlos García Velásquez (2004) la Ciudad Hojaldre es “aquella donde se superponen, a modo de capas, una serie de visiones compuestas a su vez por subcapas que comparten la misma sustancia”. Seguramente Guatemala, se encuentra entre aquellas denominadas como Ciudades Duales, metrópolis complejas donde se registran signos para ser analizados desde una óptica semiótica.
La socióloga holandesa Saskia Sassen opina que se trata de un “fenómeno intrínseco a un nuevo orden capitalista, donde los trabajos de bajo nivel salarial son claves para el crecimiento económico. Ello convierte al declive social en algo complementario del desarrollo, y no ya, como ocurría anteriormente, en un indicativo de decadencia.” (Ciudades y economía mundial. Londres: Pine Forge Press, 2000)
Una ciudad en la que prevalece una desigualdad tan marcada, como la nuestra, forma parte de esa Ciudad Dual del capitalismo tardío, donde el mercado laboral sufrió una radical transformación. “Esto ha supuesto la desaparición de la estabilidad en el empleo y el consiguiente aumento de las subcontrataciones, el trabajo informal, el trabajo a tiempo parcial... y la pobreza”, señala Sassen. Por eso hay tantas “Avenidas Bolívares” en nuestros países. ¿Seguirán surgiendo?

“Esta degradación laboral confluyó con la aparición de numerosos nuevos ricos, personas que supieron aprovechar las oportunidades ofrecidas por la globalización”, como aquel comerciante palestino de Las Cinco Calles. En tanto, la mercadería colgada en la puerta de su negocio, pasa rozándole los ojos a los marchantes que pasan tocando (curiosamente) las delicadas prendas femeninas colocadas sobre maniquís, que solo les falta hablar.

El concepto de Ciudad Dual, sin embargo, fue desarrollado por el español Manuel Castells, en su obra “La ciudad informacional” (Madrid, Alianza Editorial, 1995), una confluencia de dos fenómenos contrarios pero complementarios, que ha instalado en la ciudad contemporánea la lógica de la desigualdad social. Ejemplo: un alto edificio ultra moderno, al lado de varias casitas de cartón.

En tanto, Mario Trejos H., costarricense estudiado en España, señala que la Ciudad Dual representa “el primer y el tercer mundo (juntos) dentro de un mismo Estado, con el resultado de Megaciudades de crecimiento disperso y fragmentario, creando archipiélagos monofuncionales y guetos residenciales”. El fenómeno lo entiende el urbanista español José Ramón Navarro, como la ciudad real y la ciudad ideal, en el que intervienen procesos de apropiación de espacios -ilegalmente- y el marketing inmobiliario de soluciones de alto nivel urbano de viviendas modernas.

Como sea, la Ciudad Dual, es un fenómeno de expresión social en este siglo, que se erige por arquitecturas de autoría (planificadas y mercadeadas) con sus extraordinarios edificios fuera del contexto de nuestras falencias, así como la cotidianidad territorial donde desarrollan sus vidas los seres comunes y corrientes, ajenos a esos desarrollos inmobiliarios de millones de dólares.

Aquí, en la dualidad de esta capital, convivimos una clase media que sufre un drástico proceso de enflaquecimiento de sus finanzas, y la clase baja, que padece un proceso de transformación hacia un nuevo nivel de mayor pobreza, por esos procesos de desindustrialización. Por su parte, ciertas elites, segregadas urbanamente en zonas altamente calificadas, pero conviviendo con otras donde impera la decadencia física sin precedentes. Expresión visual de ese fenómeno dual que nos ocupa y que refleja la falta de compromiso social que tiene una autoridad municipal incapaz.

miércoles, 23 de julio de 2008

"LA MOCOSITA", UN PRETEXTO

(foto de W. Peña elPeriódico Guate)
Lunes 21 de julio de 2008. Son las 7:30 de la mañana, voy rumbo al trabajo conduciendo mi automóvil en un tránsito más reactivo que reflexivo. El comunicador de un popular noticiero de radio, informa que ha recibido numerosos mensajes de texto, por medio de la vía de muchos teléfonos celulares, lamentando la muerte de la elefanta bautizada como “La Mocosita”, que tenía más de 50 años de estar viviendo en el Zoológico “La Aurora” de la capital de Guatemala. Esto ocurrió entre el sábado y el domingo recién pasado.

“La Mocosita” fue el primer paquidermo que muchos guatemaltecos del siglo pasado, tuvimos la oportunidad de ver en aquel antañoso parque de diversiones, de gratísimos recuerdos. Algunos no olvidan haberla visto llegar desde la India, con apenas unos pocos añitos. Era casi como una niña, juguetona, pequeñita. Creció con todos nosotros y como un miembro más de la familia, se le visitaba cada cierto tiempo… aunque cada vez menos.

Esa elefanta, muy apreciada, era parte -pues- de nuestro pasado reciente. Sí, todo un símbolo muy cercano a nuestra generación: ese grupo poblacional nacido poco antes o después de la mitad del siglo XX, un siglo que (luego) se convirtió en mediático. ¿Pero qué elementos significativos asociamos al hoy desaparecido animal? ¿Qué signos semióticos podemos leer alrededor de su figura simbólica? ¿Semióticamente… que fue para nosotros?

Muy simple. Todos los guatemaltecos de mi generación, recordamos las vistas al Zoológico, por su sola e imponente presencia. Allí estaba siempre y era la parada obligada para saludarla y comer aquellos exquisitos algodones de azúcar, color rosado fuerte, que aún recordamos con nostalgia. Así también, su imagen nos permite hacer conexión mental con agradables momentos: caminar plácidamente por el Zoológico, disfrutando y observando todos aquellos animales, en un paseo cargado de alegrías junto a hermanos, primos o amiguitos cercanos… compartiendo con niños de nuestra edad. Gozando como niños.

Ni siquiera la gallarda familia de los leones ni los tigres, siempre moviendo la cola (aunque petrificados) llamaban tanto la atención de los chicos. Era “La Mocosita” nuestro mayor interés y para llegar hasta su jaula teníamos que ir -corriendo y saltando por todo el parque- deleitándonos de un domingo o un día de descanso, acompañados de nuestros padres o mentores. Momentos inolvidables de divertidos paseos y remembranzas de aquella sana niñez. Todo eso y mucho más, mucho más significó para nosotros, la posibilidad de ir a saludar a nuestra querida y enorme amiguita, hoy desaparecida.

En lo personal, aquellas excursiones al parque Zoológico, eran inolvidables, porque (en mi fantasía desbordante) cada viaje a “La Aurora” se convertía en una visita al mero corazón de la jungla africana. Era como transportarme a un universo de expediciones, misterios, aventuras. Solo faltaba que saltaran por entre los pasillos Tarzán o Jane, para que todo fuera como de película. Y en el centro de atención, estaba nuestro referente: siempre activa con alegría y llena de vida, esperándonos con su gran trompa, para saludar a todos los niños de Guatemala con alguna gracia… como sabiendo que era a ella, a ella… la que íbamos a festejar.
Dichosos los que tuvimos numerosas oportunidades de compartir con “La Mocosita”, porque su imagen mental la asociamos con la comunicación más jubilosa con nuestros padres, en las visitas a su casa, en la zona 13 de la capital. Por eso fue tan significativa, porque la relacionamos con momentos de alegría y felicidad… simple transposición de sentimientos. Ella representaba un puente que unía dos mundos, como un “link” entre la familia unida y gozando de un día libre, con el gozo de visitar aquel parque donde todo era aventura, comida, fiesta.

Por eso, la imagen que tenemos de de “La Mocosita” se convirtió en icono para mi generación, popularmente hablando. Con ella, también, se van para siempre muchos de nuestros mejores y más alegres momentos de la infancia, en aquel viejo Zoológico, que hoy luce renovado, pero que nunca será el mismo. Es curioso… pero esos momentos de alegría, esfumados para siempre con su simbólico entierro, el domingo pasado, a la vez nos permiten esbozar una enorme lección de vida, que buscaremos plantear en pocas líneas.

¿Por qué no se recibieron otros mensajes similares en ese popular noticiero de radio, cuando ese mismo día, 12 personas fallecieron en Zacapa al caer un alud sobre sus humildes viviendas? ¿O qué decir de esos cuatro hermanitos de San Marcos, que murieron calcinados en su propia casa… víctimas inocentes de un descuido trágico, ya que la madre los había dejado encerrados bajo llave, porque ella tenía que ir a trabajar?

¿Por qué muchos lamentaron la muerte un simple animal como “La Mocosita” (con todo y lo que pueda significar para mi generación) pero no desprendieron lágrimas por estas y otras profundas tragedias humanas que nos presentaron, ese mismo lunes y con abundancia, los medios masivos de información?

¿¡Por qué nos hemos vueltos insensibles!? ¿Será porque todos los días recibimos este tipo de informaciones?

¿Y…cómo, entonces, podríamos hacer para rescatar aquellos signos que nos humanicen en cada párrafo noticioso, para sentirnos solidarios con los verdaderos dramas humanos de todos los días? ¿O damos vuelta a la página y seguimos desayunando tranquilamente, leyendo las noticias de ayer que nos trae el diario cada mañana… como si nada hubiera pasado a nuestro alrededor?

Lunes 21 de julio 2008. 7:53 horas. Llegó a mi trabajo, escuchando las noticias de la radio de mi automóvil. Estacioné donde correspondía y me bajé. La primera persona que encontré en el camino hasta mi oficina, me dijo: -¿Ya supo lo de la pobre “Mocosita”?

Le respondí: -¿Y usted: ya supo la noticia de las 12 personas que murieron en un tremendo alud en Zacapa? El hombre me vio feo, se apartó… y siguió su rumbo. Ni dijo buenos días, siquiera.

Voy hacia mi escritorio con el espíritu estrujado, no por “La Mocosita”, sino al recordar tantas otras familias, que han sufrido de la violencia en esta nuestra Guatemala, que cada día nos trae más noticias de iniquidades políticas y perversiones sociales de todo tipo. Más y más de lo mismo: noticias de muertes. Los diarios impresos y los noticieros de las radios informativas están saturados de este tipo de informaciones, pero también de noticias baladíes, hechos frívolos o acontecimientos banales… que solo nos distraen. En muchos casos -demasiados, tal vez-, la información se espectaculariza… sin sentido. ¿A sabiendas? ¿Deliberadamente? ¿Eso es lo que se busca…? ¿O se ignora? No lo sé, con certeza… no lo sé.

En todo caso, la violencia criminal (desbordada como jamás habíamos visto) y la pobreza estructural y distributiva de Guatemala, siguen cobrando víctimas todos, todos los días. Robándose la tranquilidad y la paz de muchas, de demasiadas familias. Lamentable, aunque cierto.

Pero hay algo peor. Algo que resulta ser invisible: una enorme cápsula de egoísmo y frialdad va recubriendo poco a poco nuestros corazones, casi asfixiándolo. Petrificándolo.

Por eso la peor victima de nuestra realidad mediática resultas ser tú, yo. Somos todos.

Nosotros somos, al final y al cabo, como consumidores de noticias, los más afectados.

Y… ya nada nos conmueve. Por lo menos, lo más relevante del día debería impactarnos, sacudirnos, revolvernos la existencia… aunque fuera el estomago. Y sin embargo, no lo hace.

Ya nada nos perturba...Ya nada

Desde mi esquina de observador de la realidad, como adulto consciente que vivo en el siglo XXI… entierro los recuerdos más gratos de mi niñez, en ese gran agujero en el Zoológico “La Aurora”, junto al enorme cuerpo de “La Mocosita”.

Sepelio simbólico… porque allí -bajo tierra- no estará nunca mi corazón… que buscará e intentará permanecer siempre alerta, atento y despierto a otros sucesos, a otras dinámicas. A otras sensaciones y emociones menos mediáticas.

Porque mi amiguita, a quien extrañaré siempre, fue solo un pretexto… para este texto semiótico e intentar descubrir lo que semióticamente nos presenta la vida diaria.